viernes, 29 de julio de 2011

La discreción del exhibicionismo

 THE SOCIAL NETWORK 
(DAVID FINCHER, 2010)

La discreción del exhibicionismo

Si bien gran parte de los cinéfilos y cierto sector de la crítica se acercaron a la película por el atractivo que supone la figura de su director David Fincher, es preciso aclarar que La red social, es, ante todo, una película de guión; esto es, todo un tour de force narrativo, de desarrollo de personajes y de estructura, que logra contar de manera eficaz, vertiginosa y haciendo gala de un clasicismo impecable, una apasionante historia de soledades compartidas y obsesiones cotidianas atemporales. 

En efecto, hasta hace poco se hablaba de Fincher como uno de los hitos principales del cine contemporáneo; están allí para atestiguarlo los adeptos de una película tan efectista como El club de la pelea (1999) y los seudo intelectuales que ven en él a un anarquista (pop) al relacionar (forzar) las similitudes temáticas de películas como Se7en (1995), El juego (1997) y la ya citada adaptación de la novela de Charles Palahniuk. No obstante, desde Zodiac (2007), todas estas especulaciones se debilitan y tanto los fans fundamentalistas como los intelectuales de cine club, se ven en aprietos al tratar de interpretar el cambio que sufre el estilo Fincher desde entonces. Y es precisamente ese el punto causante del desconcierto: no existe el estilo Fincher. 

Tal como ocurre con el veterano Sidney Lumet, Fincher es un director de oficio, eficaz, capaz de sacar adelante cualquier empresa que afronta, pero sin preocupaciones personales fácilmente identificables ni un sello de estilo que marque su variada filmografía. Sin embargo, a partir de Zodiac, sus verdaderas inquietudes empiezan a hacerse más visibles, inclinándose hacia la narración pura y el desarrollo de personajes, dejando de lado el manierismo disfrazado de virtuosismo que sobresalía en sus anteriores películas y que arrojaba falsas pistas sobre su supuesto cariz de autor. Empieza entonces a apoyarse en guionistas sólidos que le permiten consolidar una base firme sobre la cual medir y ejercitarse narrativamente; y es así como llega a trabajar con el excepcional Aaron Sorkin, interesantísimo guionista especializado en intrigas políticas; quien, con pulso firme y repitiendo los aciertos de sus obras precedentes, logra trascender el mero relato de origen de un fenómeno contemporáneo valiéndose principalmente del contrapunto dramático. 

En efecto, su estructura dual logra mostrar a un mismo tiempo las causas y consecuencias de las decisiones de los personajes. Las explicaciones judiciales que esbozan para justificarse, así como las promesas que realizan, contrastan radicalmente con las acciones concretas que ponen en marcha sin titubeos. Su protagonista, construido como un poliedro, despierta sentimientos encontrados en el espectador: simpatía por su brillantez y logros profesionales, así como reservas por sus constantes reveses (inter) personales. En definitiva, el film no se centra en documentar la creación de la red social más importante del mundo sino en el registro del autista multimillonario capaz de concebirla, cuyo gesto humano más característico no es el “click” con el que da marcha a un emporio, sino el “enter” con el que actualiza la página de perfil de Erica Albright, corroborando su evidente fracaso intimo. Es cierto que la gran película sobre Facebook (aquella que se enfoque en la generación de fantasmas que parió) aún está lejos de realizarse, pero mientras tanto es de aplaudir que este film pionero sobre ese monstruo cuya lógica es el exhibicionismo kitsch, el muestreo morboso de lo trivial, haya sido rodado con el registro más discreto, austero y transparente posible.

Deivis Cortés
Promotor de Lectura
PPP - San Andrés

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